viernes, 27 de marzo de 2015

La niña

Como cada noche aquella niña y yo paseábamos por las calles de la ciudad. Siempre que me visitaba traía el mismo vestido blanco con encaje, parecía una muñeca.
La verdad no recuerdo muy bien cuando fue la primera vez que vi  a aquella niña, ni tampoco como se llama, solo sé que es una compañera de viaje a algún lugar que no conozco y que algún día tendré que ir.
La primera vez que la vi, tenía mucha fiebre, había cogido la gripe y era difícil controlarme la temperatura.  Ella estaba allí sentada en el alféizar de la ventana mirándome.  En sus ojos se distinguían preocupación pero tenía una preciosa sonrisa que me tranquilizaba. No se movió de su sitio en ningún momento, siempre vigilándome.
Cuando me recuperé no la volví a ver, pensé que fuera una ilusión por la fiebre tan alta que había tenido.
El tiempo pasó y una noche, estando medio dormida, volvió a aparecer aquella niña de melena oscura. Se había sentado en el mismo sitio que la otra vez, mirándome con esa sonrisa en sus finos labios sonrosados. Ese día fue el primero que hablamos. No me contó gran cosa de ella, pero sabía que cuando llegara el momento me diría lo que necesitaba saber.
Al principio solo podía ver sombras que pasaban de una habitación a otra, eso sí, por el rabillo del ojo. Más tarde escuchaba sonidos,  gente caminando y a veces incluso bastones  cuando no había nadie en casa o era de noche.  Empecé a pensar que estaba loca o que mi mente me jugaba malas pasadas.
Fue todo un duro proceso de aprendizaje en el que aquella niña de ojos marrones me ayudó a entender todo.  Yo había visto la película del sexto sentido pero jamás pensé que alguien pudiera hacer eso de verdad. ¿Todas las sombras y ruidos que escuchaba eran espíritus de gente que necesitaba mi ayuda? Era difícil de aceptar y creer.
La niña, que con el paso de los años no crecía ni cambiaba, me ayudó a entender ese nuevo mundo que se estaba abriendo a mis ojos. Un mundo no tan bonito como dicen en algunas películas e incluso más malo de lo que dicen otras.
Siempre que pensaba en el más allá, imaginaba que era un sitio como puede ser un polideportivo abarrotado de gente sin poder moverse. Cuando la niña me llevó a verlo me quedé asombrada, había diferentes sitios, me mostró un lugar conocido como el limbo y parece como una ciudad normal encapotada por las nueves a punto de descargar una gran tormenta.  Los edificios se parecían a los de mi ciudad, había carretera, tiendas y mucha gente paseando y todos se conocían, era todo muy extraño.
Seguimos paseando por aquel lugar y de pronto aparecimos en un lugar como si fuera un centro de ocio para gente mayor, había mucha gente jugando a las damas y a las cartas, otras estaban sentadas mirando por las ventanas. Me sentía descolocada en aquel sitio.
Cuando estábamos a punto de marcharnos de aquel lugar, apareció un chico con una capa negra. Me acerqué y este se bajó su capa y le vi la cara. Ese chico era muy guapo, tenía el pelo corto y negro y sus ojos eran marrones como la tierra, los labios eran carnosos y la verdad en ese momento entendí porque dicen que la muerte es dulce. Si estoy muriendo y viene ese chico tan guapo por mí, sin dudas voy con él.
La niña buscó mi atención, siempre me pareció una muñequita, me fue mostrando más sitios. Otro era oscuro como si fuera una noche sin luna, ni estrellas, sin ninguna luz para que pudiera ver lo cual me resultó muy agobiante; luego me llevo al famoso túnel que su final es la proclamada luz que te da la paz y el descanso eterno. En el túnel había mucha gente y cuando llegamos a la luz tuve que cerrar los ojos durante un momento. Había tanta luz, era todo demasiado blanco. Allí también había casas y había una plaza donde se reunía la gente; mi compañera me explicó todo lo que necesitaba saber de todos los sitios que visitamos, quien va a cada lugar y las normas.  Allí me explicó que cierta gente puede volver a nacer y que otra, como ella, se convierten en guías de otras almas con dones, las ayudan a crecer y conocer lo que pueden hacer.
Cuando me desperté allí seguía ella, a mi lado como tantas otras veces. Tenía mucha información que digerir y comprender.
No pasó mucho tiempo desde aquello cuando tuve que ponerme a hacer para lo que supuestamente había nacido.  Ayudar almas a ir a luz o al lugar que le tocase.
A veces realmente era difícil ayudar a algunas personas, sobre todo si son de tu círculo conocido.  Eso fue lo que me pasó con la madre de un compañero de escuela.
Yo no conocí nunca a su madre, pero cuando falleció todos fuimos a darle el pésame y al entierro en señal de apoyo a nuestro compañero y amigo.  Esa misma noche en sueños se me apareció una señora, supuse que era la madre de mi amigo ya que me dijo que le diera un mensaje.  Me dolía en el alma no poder ayudar a aquella señora pero como le dije iba a ser difícil hacerle llegar el mensaje sin que él y luego todo el pueblo, creyese que estaba loca.
Quería ayudarla, darle el mensaje pero vivía en un pueblo muy pequeño y todos nos conocíamos. Ella entendió a lo que me exponía y yo le prometí que intentaría hacerle llegar el mensaje lo mejor que pudiera.
No siempre me pasaba esto pero las pocas veces que pasaba me dejaba muy desolada. Yo quería ayudar a todos los que pudiera.
Los años pasaban y cada vez veía menos a aquella niña. Muchas veces la recordaba con su larga melena negra, sus ojos castaños y sus labios finos pero que siempre asomaba una hermosa sonrisa. Su vestido blanco de encaje era realmente precioso y tenía unos zapatitos de charol.  Me gustaba mucho su compañía pero como ella me dijo llegaría el momento en el que no la necesitase y no volveríamos a vernos.
Llegó el momento en el que nos despedimos, tenía 16 años.  Estaba como siempre sentada en la ventana, tan hermosa como una muñeca. No había ni un indicio de que hubieran pasado los años por ella, en cambio como ella dijo al verme: “¡Qué mayor estás!”
Nos quedamos hablando durante horas, de todo lo que había hecho en este tiempo, como me iban las cosas y de que ella ahora tenía otra tarea. Ya no me iba a ayudar más.  No pude evitar ponerme triste, se había convertido en mi amiga y es difícil despedirse de amigas con las que tienes mucha intimidad.
Supongo que cuando me tocara estar en el más allá nos encontraríamos de nuevo.
No puedo decir cuánto tiempo pasó desde ese día hasta hoy. Solo sé que han sido años, en los que he crecido y ayudado a un montón de almas. Incluso he ayudado a algunas personas que empezaban a descubrir sus dones como ella hizo conmigo.
Un día iba con mi madre en el autobús en dirección al hospital, tenía que hacer unas pruebas e iba con algo de miedo.  Me senté cerca de la puerta con mi madre, el autobús se llenaba pronto y luego nos sería difícil salir.
De repente, allí estaba ella. Aquella niña que había sido amiga mía por tantos años, de la cual había aprendido tanto y que con tanto dolor en el corazón me había despedido de ella. Su melena oscura ondeaba a cada paso que daba y sus ojos marrones estaban más vivos que nunca.
Se acercó a mí y se sujetó en la barra para no caerse cuando reanudase la marcha el autobús.
-          Hola- le dije contenta con la mejor sonrisa que tenía.
-          Disculpe, ¿nos conocemos?
Me quedé helada ante semejante respuesta. Muchas ideas se vinieron a mi cabeza a lo cual mi sonrisa se esfumó y respondí:
-          Disculpe, debí de confundirla.
-          No pasa nada.- me respondió con una sonrisa.
Recordaba aquella sonrisa sincera, ella era mi amiga y no me recordaba.
Solo una idea se agolpaba en mi cabeza con más fuerza que las demás. Ella tenía que haberse reencarnado, por lo cual era normal que no me recordase ya que al volver a nacer pierdes tus recuerdos.  Me gustó mucho volver a verla aunque no me recordase, me alegraba que hubiera podido volver a este mundo y disfrutar de todo lo que se había perdido.
Mi madre ante mi cara de disgusto, me cogió de la mano y me preguntó:
-          ¿Conoces a esa niña?
-          Debí de confundirla, mamá. Se parece mucho a una amiga que tenía.

Nunca más he vuelto a verla, pero su recuerdo está siempre conmigo.


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