Como cada noche aquella niña y yo paseábamos por las calles
de la ciudad. Siempre que me visitaba traía el mismo vestido blanco con encaje,
parecía una muñeca.
La verdad no recuerdo muy bien cuando fue la primera vez que
vi a aquella niña, ni tampoco como se
llama, solo sé que es una compañera de viaje a algún lugar que no conozco y que
algún día tendré que ir.
La primera vez que la vi, tenía mucha fiebre, había cogido
la gripe y era difícil controlarme la temperatura. Ella estaba allí sentada en el alféizar de la
ventana mirándome. En sus ojos se
distinguían preocupación pero tenía una preciosa sonrisa que me tranquilizaba.
No se movió de su sitio en ningún momento, siempre vigilándome.
Cuando me recuperé no la volví a ver, pensé que fuera una
ilusión por la fiebre tan alta que había tenido.
El tiempo pasó y una noche, estando medio dormida, volvió a
aparecer aquella niña de melena oscura. Se había sentado en el mismo sitio que
la otra vez, mirándome con esa sonrisa en sus finos labios sonrosados. Ese día
fue el primero que hablamos. No me contó gran cosa de ella, pero sabía que
cuando llegara el momento me diría lo que necesitaba saber.
Al principio solo podía ver sombras que pasaban de una
habitación a otra, eso sí, por el rabillo del ojo. Más tarde escuchaba
sonidos, gente caminando y a veces incluso
bastones cuando no había nadie en casa o
era de noche. Empecé a pensar que estaba
loca o que mi mente me jugaba malas pasadas.
Fue todo un duro proceso de aprendizaje en el que aquella
niña de ojos marrones me ayudó a entender todo. Yo había visto la película del sexto sentido
pero jamás pensé que alguien pudiera hacer eso de verdad. ¿Todas las sombras y ruidos
que escuchaba eran espíritus de gente que necesitaba mi ayuda? Era difícil de
aceptar y creer.
La niña, que con el paso de los años no crecía ni cambiaba,
me ayudó a entender ese nuevo mundo que se estaba abriendo a mis ojos. Un mundo
no tan bonito como dicen en algunas películas e incluso más malo de lo que
dicen otras.
Siempre que pensaba en el más allá, imaginaba que era un
sitio como puede ser un polideportivo abarrotado de gente sin poder moverse.
Cuando la niña me llevó a verlo me quedé asombrada, había diferentes sitios, me
mostró un lugar conocido como el limbo y parece como una ciudad normal
encapotada por las nueves a punto de descargar una gran tormenta. Los edificios se parecían a los de mi ciudad,
había carretera, tiendas y mucha gente paseando y todos se conocían, era todo
muy extraño.
Seguimos paseando por aquel lugar y de pronto aparecimos en
un lugar como si fuera un centro de ocio para gente mayor, había mucha gente
jugando a las damas y a las cartas, otras estaban sentadas mirando por las
ventanas. Me sentía descolocada en aquel sitio.
Cuando estábamos a punto de marcharnos de aquel lugar,
apareció un chico con una capa negra. Me acerqué y este se bajó su capa y le vi
la cara. Ese chico era muy guapo, tenía el pelo corto y negro y sus ojos eran
marrones como la tierra, los labios eran carnosos y la verdad en ese momento
entendí porque dicen que la muerte es dulce. Si estoy muriendo y viene ese
chico tan guapo por mí, sin dudas voy con él.
La niña buscó mi atención, siempre me pareció una muñequita,
me fue mostrando más sitios. Otro era oscuro como si fuera una noche sin luna,
ni estrellas, sin ninguna luz para que pudiera ver lo cual me resultó muy agobiante;
luego me llevo al famoso túnel que su final es la proclamada luz que te da la
paz y el descanso eterno. En el túnel había mucha gente y cuando llegamos a la
luz tuve que cerrar los ojos durante un momento. Había tanta luz, era todo demasiado
blanco. Allí también había casas y había una plaza donde se reunía la gente; mi
compañera me explicó todo lo que necesitaba saber de todos los sitios que
visitamos, quien va a cada lugar y las normas.
Allí me explicó que cierta gente puede volver a nacer y que otra, como
ella, se convierten en guías de otras almas con dones, las ayudan a crecer y
conocer lo que pueden hacer.
Cuando me desperté allí seguía ella, a mi lado como tantas
otras veces. Tenía mucha información que digerir y comprender.
No pasó mucho tiempo desde aquello cuando tuve que ponerme a
hacer para lo que supuestamente había nacido.
Ayudar almas a ir a luz o al lugar que le tocase.
A veces realmente era difícil ayudar a algunas personas,
sobre todo si son de tu círculo conocido. Eso fue lo que me pasó con la madre de un
compañero de escuela.
Yo no conocí nunca a su madre, pero cuando falleció todos
fuimos a darle el pésame y al entierro en señal de apoyo a nuestro compañero y
amigo. Esa misma noche en sueños se me
apareció una señora, supuse que era la madre de mi amigo ya que me dijo que le
diera un mensaje. Me dolía en el alma no
poder ayudar a aquella señora pero como le dije iba a ser difícil hacerle
llegar el mensaje sin que él y luego todo el pueblo, creyese que estaba loca.
Quería ayudarla, darle el mensaje pero vivía en un pueblo
muy pequeño y todos nos conocíamos. Ella entendió a lo que me exponía y yo le
prometí que intentaría hacerle llegar el mensaje lo mejor que pudiera.
No siempre me pasaba esto pero las pocas veces que pasaba me
dejaba muy desolada. Yo quería ayudar a todos los que pudiera.
Los años pasaban y cada vez veía menos a aquella niña.
Muchas veces la recordaba con su larga melena negra, sus ojos castaños y sus
labios finos pero que siempre asomaba una hermosa sonrisa. Su vestido blanco de
encaje era realmente precioso y tenía unos zapatitos de charol. Me gustaba mucho su compañía pero como ella me
dijo llegaría el momento en el que no la necesitase y no volveríamos a vernos.
Llegó el momento en el que nos despedimos, tenía 16
años. Estaba como siempre sentada en la
ventana, tan hermosa como una muñeca. No había ni un indicio de que hubieran pasado
los años por ella, en cambio como ella dijo al verme: “¡Qué mayor estás!”
Nos quedamos hablando durante horas, de todo lo que había
hecho en este tiempo, como me iban las cosas y de que ella ahora tenía otra
tarea. Ya no me iba a ayudar más. No pude
evitar ponerme triste, se había convertido en mi amiga y es difícil despedirse
de amigas con las que tienes mucha intimidad.
Supongo que cuando me tocara estar en el más allá nos
encontraríamos de nuevo.
No puedo decir cuánto tiempo pasó desde ese día hasta hoy.
Solo sé que han sido años, en los que he crecido y ayudado a un montón de almas.
Incluso he ayudado a algunas personas que empezaban a descubrir sus dones como
ella hizo conmigo.
Un día iba con mi madre en el autobús en dirección al
hospital, tenía que hacer unas pruebas e iba con algo de miedo. Me senté cerca de la puerta con mi madre, el
autobús se llenaba pronto y luego nos sería difícil salir.
De repente, allí estaba ella. Aquella niña que había sido
amiga mía por tantos años, de la cual había aprendido tanto y que con tanto
dolor en el corazón me había despedido de ella. Su melena oscura ondeaba a cada
paso que daba y sus ojos marrones estaban más vivos que nunca.
Se acercó a mí y se sujetó en la barra para no caerse cuando
reanudase la marcha el autobús.
-
Hola- le dije contenta con la mejor sonrisa que
tenía.
-
Disculpe, ¿nos conocemos?
Me quedé helada ante semejante respuesta. Muchas ideas se
vinieron a mi cabeza a lo cual mi sonrisa se esfumó y respondí:
-
Disculpe, debí de confundirla.
-
No pasa nada.- me respondió con una sonrisa.
Recordaba aquella sonrisa sincera, ella era mi amiga y no me
recordaba.
Solo una idea se agolpaba en mi cabeza con más fuerza que
las demás. Ella tenía que haberse reencarnado, por lo cual era normal que no me
recordase ya que al volver a nacer pierdes tus recuerdos. Me gustó mucho volver a verla aunque no me
recordase, me alegraba que hubiera podido volver a este mundo y disfrutar de
todo lo que se había perdido.
Mi madre ante mi cara de disgusto, me cogió de la mano y me
preguntó:
-
¿Conoces a esa niña?
-
Debí de confundirla, mamá. Se parece mucho a una
amiga que tenía.
Nunca más he vuelto a verla, pero su recuerdo está siempre
conmigo.
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