martes, 24 de marzo de 2015

Inesperado

Nunca me canso de pensar hasta que punto el ser humano se equivoca en sus decisiones.
¿Como podemos caer en el mismo error tantas veces? ¿Como podemos hacer para evitarlo?
El amor es lo único que nos vuelve tontos, no sabemos como actuar ni que decir cuando estamos con esa persona.
Jamás olvidaré las veces que he tropezado con la misma piedra, la misma situación y con el mismo hombre.
Cuando le conocí estaba pasando una mala época, me había mudado de ciudad, había roto todas las relaciones con mis amigas de la infancia, no tenia trabajo y me estaba deprimiendo al no hacer nada de provecho.
Comencé a salir por las noches a pasear por el barrio. Cogía el MP3, me daba un par de vueltas a la manzana y me paraba en un parquecito al lado de mi casa.
Nunca tenía prisa por volver a estar entre esas cuatro paredes.
Hacía tiempo que veía a un chico que siempre paseaba por allí y se paraba a unos cuantos metros de mí. Con el tiempo me acostumbré a verle y ya se me hacía raro no verle en el banco de siempre con su música, mirando al vacío.
Ese chico tenía una mirada vacía en sus ojos marrones. Lo que mas me llamaba la atención era su pelo rizado y negro. Lo tenía largo pero no mucho, un poco mas corto de media melena.
Cada noche el estaba allí con su mirada ausente, sin darse cuenta de que yo estaba a unos pocos metros de el. Mis ojos se acostumbraron a él, a su manera de andar, a su mirada vacía, a verle sin que me prestara atención; pero todo eso cambió un día.
Una noche como otr,a me dije cuando empecé el recorrido. Miré al cielo y note que la luna estaba hermosa, con un halo de luz a su alrededor que la hacía mas preciosa de lo que ya era de por sí, las estrellas la protegían con su brillo misterioso. Como siempre me senté en mi banco a esperar a que viniera ese chico.
Lo vi aparecer, como siempre, con ese andar ligero, pero esta vez traía consigo una guitarra.
Se sentó en el banco de siempre y comenzó a tocar una melodía muy rápida, la identifiqué como rock, su voz sonaba tan dulce que no me di cuenta que me acercaba a el.
Me senté a su lado y me quedé mirando sin mirar igual que el pero escuchando su música. Había algo en ese chico que me gustaba. No se dio cuenta de estaba a su lado hasta que terminó su canción.
– Hola- dijo mirándome fijamente.
– Perdón por interrumpirte- dije mirando al suelo- es que me gustó mucho lo que tocabas y me acerqué a escucharlo mejor.
– Nada, tranquila.
– ¿Como te llamas?- le pregunté por cortesía
– Gabriel
– Encantada- dije- Yo me llamo Lizzie.
– Un placer- dijo sonriéndome.
Yo no pude evitar sonreírle. Su sonrisa era preciosa, dulce, no entendía que era lo que le hacía estar así de triste.
Empezamos a hablar de nosotros, lo típico: de dónde éramos, nuestra edad, que hacíamos por aquí a estas horas, etc.
Día tras día nos conocíamos mejor, nuestros gustos y aficiones, lo que deseábamos en la vida.
Cada día me sentía más y más atraída por el, había algo en el que llenaba ese vacio que casi me había impuesto yo sola. No sabía como hacer para saber que sentía el y tampoco me veía con ánimos de preguntarle.
Ya había tenido tantas decepciones que no sabría como reaccionar ante otra. Cuando hablaba con el cada noche, era como si viviera para ese momento; lo esperaba más que todo lo que pudiese hacer durante el día.
Un día hablando con el me dio una punzada en el corazón. Como si ese día fuera a ser más especial que el resto. Miré al cielo y vi las estrellas brillando más que nunca, como si me dieran ánimos para preguntar eso que tanto temía pero que deseaba saber más que nada en el mundo.
Su mirada era dulce, ansiosa, no sabría explicar bien todo lo que noté en sus ojos, pero en ese momento vi un brillo, ese brillo…
– Gabriel, ¿puedo hacerte una pregunta?
– Si, claro dime. ¿De qué se trata?
– ¿Yo te gusto?
El silencio que se formó aunque fueron unos segundos, a mí me parecieron horas. ¿Qué me respondería? Otra decepción más en la lista, ¿cómo iba él a fijarse en mí? Con lo guapo e inteligente que es… ¿que le podía ofrecer yo? ¿Lo poco que me quedaba de corazón sería suficiente? No debí haberle preguntado nada.
Mi corazón estaba muy acelerado, me frotaba las manos y me mordía el labio como siempre que estaba nerviosa. Notaba un nudo en la garganta que no me dejaba tragar la saliva.
Él me miraba fijamente y yo miraba el suelo, no podía mirarle a la cara. Notaba sus ojos clavados en mí, sabía que no tenía que haber preguntado.
– Lizzie…
Levanté la cabeza y le miré. ¡¡¡ Qué ojos más hermosos!!! Sus labios… mis ojos iban de los suyos a sus labios… que perdición.
– Dime- respondí sonrojándome.
– Me caes genial, eres una niña muy linda…
Me va decir que no le gusto… si ya lo sabía. Soy tonta. ¿Para qué preguntaría? Notaba como mi corazón se hacía añicos… Tal vez la culpa fuera mía por pensar que podía gustarle. ¿Cuando aprenderé a no confundirme?
– ¿Cómo no me vas a gustar?
Abrí los ojos de par en par. ¿Había escuchado bien? No podía ser…
Nos miramos a los ojos. Ese brillo otra vez. No entendía nada…
Se acercó a mí y me agarró de a barbilla. No me dejaba mirar el suelo. Sus ojos estaban tan cerca de los míos. Miraba sus labios, se me antojaban en ese momento.
Cerré los ojos, no sé porqué, y noté una pequeña presión en los labios. Abrí los ojos y me quedé más sorprendida al verle. ¡¡ Me estaba besando!! Volví cerrar lo ojos.
Me dejé llevar por él. Sus labios y los míos parecían que se conocían de toda la vida. Su lengua se abrió paso hasta llegar a la mía. El corazón me dio un vuelco, como una punzada. No quería que eso terminara nunca. Sentí sus brazos alrededor de mi cuerpo. Me agarraba fuerte pero no me lastimaba. Era todo tan dulce, tan especial… como si hubiera estado viviendo para este momento.

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