lunes, 4 de mayo de 2015

La fresa del amor


Hay que ver como una simple fruta hace que mi memoria funcione y recuerde cosas que a veces creía olvidadas.
Han pasado muchos años ya, pero cada vez que veo una fresa recuerdo inmediatamente aquellos días de mi infancia en la que conocí al que hoy es mi marido.
Yo tendría unos seis o siete años, con el colegio íbamos de excursión a una plantación de fresas muy conocida por la calidad y el tamaño de ellas; estaba algo lejos por lo cual mi madre me había hecho varios bocadillos y puesto bebidas en una mochila, como nos habían pedido a todos.
Cuando llegamos a la plantación me quedé asombrada ante tal paisaje verde y rojo que se mostraba ante mí. Nos pudieron unos gorros y protectores para el calzado y nos fueron enseñando la plantación a la vez que nos contaban la historia del lugar: cómo habían empezado, porqué habían escogido ese lugar, cuanta gente trabaja con ellos y el trabajo que da recogerlas pero sobre todo plantarlas.
 Paseábamos por la plantación y de pronto llegamos a una zona donde había muchas cestas amontonadas.
-          ¿Para qué son estas cestas?- preguntó alguien.
-          Para recoger las fresas.- Contestó la chica que nos había guiado por la plantación.- Cómo premio, cada uno de vosotros podréis coger una cesta y de todas las fresas que recojáis os llevaréis la mitad para casa.
Rápidamente mil ideas vinieron a mi cabeza, la fresa es una de las frutas que más me gustan y mi madre hacía un pastel de fresas riquísimo, tenía que coger la cesta más grande para poder llevarme más fresas. Todos se abalanzaron a coger las cestas y empezar a buscar las fresas más grandes para meterlas en ella. Yo por mi parte me daba igual si eran o no grandes, solo quería que estuviesen maduras para que no quedara amargo el pastel o la mermelada.
Me fui hacia un rincón donde había visto que nadie iba, me sorprendí de inmediato las fresas eran grandísimas y gordas, eran perfectas. Con mucho cuidado de no estropearlas las fui recogiendo y metiendo en mi cesta.
Cuando nos llamaron para que todos lleváramos las frases y que nos las envasaran, yo tenía mi cesta llena y alguna más en mis bolsillos. Todos estaban dejando sus cestas y la chica le ponía el nombre a la cesta con un papel para que nadie se llevara las de otro. Cuando me tocaba a mí, uno de los chicos “malos” de la clase me puso la zancadilla y al caerme las fresas se espachurraron ya que me caí encima de la cesta. No pude evitar llorar, había llevado mucho trabajo recogiéndolas y  estaba muy ilusionada porque así mi madre podría hacerme un pastel de fresas y si sobraban mermelada. Todos empezaron a  reírse menos dos chicos, no eran de mi clase y nunca los había visto en el colegio, uno de ellos me tendió la mano para levantarme y el otro se acercó a la mesa para darme su cesta de fresas.
-          Toma, coge mis fresas.- Me dijo aquel chico moreno de ojos marrones.
Me sacudí la ropa aun sabiendo que la fresa no se iba solo con sacudir, me quedé atontada mirando la sonrisa de aquel niño y su amigo que se habían volcado en ayudarme.
-          No puedo, son tuyas.- le respondí.
El profesor que había visto todo, se llevó al chico que me puso la zancadilla y le dijo que sus fresan serían para mí. Yo tampoco quería eso, él las había recogido y aun que había sido su culpa que yo me quedara sin mis fresas aún me daba tiempo de ir a recoger más y así se lo dije al profesor.
-          Laura, no da tiempo. Ya nos tenemos que ir de vuelta al colegio.- me respondió el profesor a lo que asentí cabizbaja y me puse en marcha al autobús.
-          Ir pasando por el almacén a recoger vuestra caja envasada, ya tiene vuestro nombre.- gritó la chica que nos había guiado en la visita.
Yo fui como los demás, pues íbamos todos en la cola y luego ya íbamos subir al autobús. Aquella chica, cuando ya casi todos habían cogido sus fresas vino con una caja para mí. Le di un abrazo de la emoción y por fin volví a sonreír pensando en mi adorado pastel de fresas que mi madre hacía tan rico.
-          Ven, vamos a ponerle tu nombre.- dijo llevándome hasta una mesa con papeles.- ¿Cómo te llamas?
-          Laura.
La chica hizo una etiqueta con mi nombre que4 apegamos en la caja de fresas.

Al volver al autobús me puse en el mismo sitio que en el que había venido, pero me sorprendió tener un cambio de compañeros de viaje. A mi lado se sentó el niño rubio de ojos verdes amigo del otro chico de ojos marrones que me había ofrecido sus fresas, el chico moreno se había sentado delante mía.
-          ¿Cómo te llamas? Yo Daniel- dijo el chico rubio y señalando a su amigo dijo- Y él también se llama Daniel.
-          Yo soy Laura. Que lío, ¿no os confundís cuando os llaman?- dije riéndome.
-          No, a mí me llaman Gody.
-          Ah, así es mucho mejor.
Nos reímos los tres y empezamos a hablar durante todo el camino de vuelta al colegio. Allí se supone que nos estarían esperando nuestras madres para volver a casa. Al contrario que el camino de ida, la vuelta me fue más divertida, me reí mucho y me gustaba mucho estar en compañía de los Danieles.
Al llegar al colegio, cogimos nuestras mochilas y las cajas de fresas del maletero del autobús y nos fuimos con nuestras madres, y me despedí de aquellos chicos que habían sido tan buenos conmigo.
Al día siguiente los vi en el colegio y desde ese día nos hicimos inseparables.
El día que cumplí dieciséis años, Gody se me declaró y me pidió que fuésemos novios, a lo que accedí porque él a mí me gustaba desde hacía mucho tiempo pero claro, como éramos amigos no estaba muy segura de que yo a él le gustara. En ese mismo instante Daniel se alejó un poco de nosotros, supuse que sería para darnos un poco de espacio ahora que éramos novios.
Seguíamos viéndonos los tres, íbamos al cine y esas cosas pero ahora pasaba más tiempo con Gody que con Daniel y a veces me dolía ya que siempre habíamos estado los tres juntos. Es como si faltase algo importante cuando no estaba él.
Gody se había empeñado en buscarle novia y a mí no me parecía mala idea pero claro no sabíamos los gustos de él y así no íbamos a poder buscarle una chica adecuada. Empecé a estar con él y hacerle preguntas y la verdad siempre me decía cosas muy genéricas que le daba igual el color de pelos, de ojos que solo quería que fuera una buena chica y sincera.
Un día, que recordaré toda mi vida, tuve una gran discusión con Gody.  Él se estaba viendo con otras chicas y me había empezado a dejar de lado, si no fuera por Daniel lo hubiese llevado peor.
Primero Daniel me dijo que seguro que no era lo que pensaba y que su amigo no estaba con otras, que me quería a mí. Le daba la razón pero yo le había visto fon mis ojos besar a otra chica, debajo del árbol en el que siempre me besaba a mí y en el que habíamos gravado nuestras iniciales.
Mientras Daniel y yo estábamos hablando sobre una película que nos apetecía ver, Gody apareció como si nada, como si  fuera verdad la mentira que había dicho para venir más tarde a nuestra reunión.
-          ¿Qué tal la visita de tu tía?- le pregunté para ver si nos decía la verdad.
-          Genial, nos trajo muchos regalos de sus viajes. Quiere conocerte, Laura. Le hablé mucho de ti.
-          Ya. Bueno supongo que la próxima vez, ¿no?
-          Sí, se va en unos  mañana por la tarde.
-          Qué lástima.
No pude evitar mirar a Daniel para que no salieran mis lágrimas que se asomaban a mis ojos, ¿Cómo podía mentirme de esa manera? 
Gody y yo empezamos a vernos poco, casi nu7nca tenía tiempo para mí eso sí, sus escusas cada vez eran más elaboradas y yo cada vez sufría más. No me parecía justo dejarle por teléfono o algo así o por una nota como habían hecho varias de mis amigas, tenía que decírselo a la cara.

Daniel me invitó al cine el día de mi cumpleaños. Sabía que se estrenaba una película de vampiros que tenía muchas ganas de ver y me llevó como regalo de cumpleaños. Cuando me vino a buscar, me dio la primera sorpresa de mi cumpleaños:
-          Cierra los ojos y extiende las manos.
Le obedecí y al abrir los ojos tenía en mis manos dos fresas, grandes y hermosas con un lazo. Le di una y yo me comí la otra.
-          Esta vez sí cogiste mis fresas.- me dijo cuándo nos las comimos.- La primera vez, no quisiste cogerlas.
-          No me parecía justo que por el tonto de la clase y la patosa te quedaras tú sin ellas.- le respondí sin poder evitar reírme recordando la primera vez que nos conocimos.
Fuimos al cine, y como íbamos con tiempo fuimos a comprar algunas gominolas para comerlas mientras veíamos la película. Cuando fuimos a pagar, vimos a Gody con otra chica y Daniel me cogió de la mano para que no fuera a por él, pero justo en ese momento Gody y la chica se dieron la vuelta y nos encontramos los cuatro, cara a cara. Supongo que mi cara no era la de un ángel y la chica se asustó.
-          ¿Esa es tu prima Malena?- le espeté a sabiendas de que no lo era y otra vez me había dado plantón por estar con otra chica.
-          ¿Prima?- preguntó la chica mirando para él y luego hacia mí.
-          Hola, soy Laura la novia de Gody. – me acerqué a darle dos besos- Supongo que tu primo te hablaría de mí.
La chica se marchó corriendo y Gody se debatía entre irse o darme una explicación a lo cual le dije:
-          Vete detrás de tu novia ya que yo no soy nada para ti desde hace mucho tiempo.
-          No es lo que parece, Laura.
-          No me vengas con tópicos. De sobra sé qué hace meses que me pones los cuernos con otras chicas. Te he visto varias veces pero quería hacer las cosas bien y dejarlo de cara y no por una carta como hacen mis amigas. Tal vez hace tiempo que debí de haberlo hecho.  No quiero volver a verte, nunca más.
Daniel y yo fuimos a pagar nuestras golosinas y nos fuimos a la sala que nos tocaba para ver la película. Estaba algo triste pero ya hacía tiempo que lo sabía, tal vez sería mejor quedarse con los buenos recuerdos y poder olvidar todo esto para que podamos ser amigos otra vez.
Me lo pasé genial con Daniel en el cine, me había reído muchísimo. Después del cine fuimos a dar un paseo aprovechando  el buen tiempo primaveral.
Daniel y yo nos fuimos acercando más, haciéndonos inseparables y pasando más tiempo que nunca juntos.
No puedo decir exactamente cuál fue el momento en el que me di cuenta de que me gustaba y que adoraba verme reflejada en sus ojos marrones, ni cuando sentí la necesidad de besar sus labios tan bien hechos y carnosos.
Un día Gody se acercó a nosotros, hacía meses que no sabía de él y no es que le echara de menos precisamente.
-          Lo siento, siento todo lo que te hice. Laura, tienes que entenderme.
-          No te entiendo.
-          El ser reconocido por mi trabajo en el equipo de futbol me afectó y por eso empecé a andar con otras chicas pero ellas no me querían por mí, si no por ser el jugador del equipo.
-          Me dan igual tus excusas. Yo era tu novia, nos conocíamos de años y preferiste a esas chicas. Además ahora me gusta otro chico. – le dije como punto final a la discusión.
-          Yo…
Gody no supo que decir y se marchó cabizbajo, derrotado por la bomba que le solté. No podía pretender que casi un año después de nuestra ruptura aún estuviera suspirando por él.
Se acercaba el cumpleaños de Daniel y quería darle una sorpresa. Le preparé una tarta de chocolate que a él le encantaba y le invité a mi casa que iba a estar vacía. Mi madre se había ido de compras e iba a tardar en volver. Cuando llegó a la puerta de mi casa, le tapé los ojos y le dirigí hasta el salón donde estaba la tarta con sus velas. Le destapé los ojos y le canté el cumpleaños feliz y esperé a que soplara las velas para aplaudir. Comimos la tarta y jugamos al quién es quién un rato.
Luego fui a mi habitación a buscar el regalo que le había comprado y me asustó al girarme y verle allí quieto, con mirada seria y un brillo extraño en los ojos.
Le tendí el regalo y le dije felicidades. Lo abrió y sonrió al ver la colonia que él quería, inmediatamente al abrió y se la echó.
Se acercó a mí y me susurró al oído gracias. Me estremecí entera  sin saber muy bien por qué. Me giré y cuando iba a volver al salón me agarró, hizo que me girara y me besó.
En ese momento, aun temblando por su beso me propuso que fuéramos novios. Asentí porque de mi garganta no salía ningún sonido.
Casi con dieciocho años, empecé una relación con Daniel de la cual todo ha sido hermoso. Tenía miedo que pudiera pasarme lo de la otra vez pero Daniel no era igual que Gody.
Pasaron los años y Gody volvió a andar con nosotros, le había perdonado y el siempre había sido parte del grupo. Así fue como nos conocimos y como nos hicimos amigos, él también tenía que ser parte de nuestra felicidad ya que había cambiado mucho en todo este tiempo y ahora tenía una novia de la cual estaba muy enamorado.
Por mi cumpleaños, casi siete años después de que empezamos una relación,  hicimos un baile en el que todas nuestras amistades y sus parejas estaban invitadas. Sobra decir que por ese día especial, como todos los años, Daniel me traía dos fresas con un lazo para que las comiese y continuar con aquel ritual que empezamos a los seis años. Pusieron una canción lenta y una chica se acercó a Daniel y le pidió de bailar. Él aceptó y yo miré desconfiada. Gody me sacó a bailar a mí pero no perdía detalle de aquella chica con mi novio.
Cuando terminó la canción  aquella chica intentó besarle, a lo que yo  recogí un poco el vestido que me llegaba a los pies y fui hacia ella para darle un puñetazo.
-          Es mi novio- dije chillando.
-          ¿Y a mí qué?
Comencé una pelea y para moverme con más soltura rasgué el vestido. La empujé hacia fuera del local y la noche llena de estrellas me acogió. Estábamos cerca de unas escaleras y mi idea era empujarla pero justo en ese momento, unos farolillos empezaron a alzarse al cielo brillando como si fueran más estrellas en camino de su lugar en el cielo.
Dani apareció y se puso de rodillas, justo en ese momento me di cuenta de todo lo que había armado fuera del local.
Había un banco lleno de flores y una cesta encima de una mesita llena de fresas como las que habíamos recogido hace tantos años y propició que nos conociéramos.
En ese momento los invitados  mi cumpleaños nos rodearon y encendieron una vela. Daniel que seguía de rodillas, me dio una fresa y en el lazo que la envolvía había prendido un anillo.
-          Laura, ¿quieres casarte conmigo?

No pude evitar llorar, desaté la fresa y Daniel me puso el anillo en el dedo. Me besó muy dulce y tierno.  Después del beso nos comimos la fresa y empezó de nuevo la fiesta, esta vez de compromiso.







3 comentarios: