Nunca he deseado a nadie como a él. Desde que le conocí hasta los movimientos más
simples o las miradas furtivas hacían que todo mi cuerpo y mi alma se
encendiese.
Cuando nos vimos por primera vez noté una conexión que a día
de hoy no se ha ido.
Eses ojos marrones están metidos en mi retina y no consigo
dejar de verlos a cada instante. Sus manos fuertes y suaves me hacían soñar con
sus caricias; las pocas veces que me rozaba con ellas me daba un vuelco el
corazón y sentía mariposas subir desde mi estómago.
Buscaba cualquier excusa para estar cerca de él; ayúdame con
esto, por favor mírame aquello. Me sentaba a su lado y admiraba como trabajaba
en el ordenador, su cara de concentración
e intentaba controlar mis ganas de abrazarle y tocarle.
Hasta en sueños estaba él, soñaba que me agarraba de la
cintura y me apretaba contra él y yo notaba el olor de su colonia. Nos
besábamos como si fuésemos un solo ser y
compartiésemos un solo corazón. Deseaba que todo eso se cumpliera algún
día.
Los días pasaban y mi amor por el crecía, quería decirle lo
que mi corazón anhelaba pero tenía mucho miedo a que me rechazara ya que no
veía por parte de él ningún indicio de que sintiera lo mismo que yo.
Un día tuvimos una discusión muy fuerte y yo me puse a
llorar. No me gustaba llorar delante de nadie pero no aguantaba más; los celos,
las dudas, la incertidumbre y sus actos me hacían volverme loca por momentos. A veces parecía que él sentía
lo mismo por mí; otras parecíamos extraños ya que le hacía más caso a mis
amigas que a mí.
Le eché en cara todo lo que hacía que no me parecía normal,
si no sentía nada por mí que me lo dijera ya. No quería seguir haciéndome
ilusiones con algo que jamás podría pasar.
En ese momento, cuando las lágrimas no dejaban de caer por
mis mejillas, se acercó a mí. Me cogió el mentón con su mano. El contacto para
mí fue una explosión de sentimientos que no sabía cómo procesar. Con su fornido
brazo me agarró por la cintura y me atrajo hacia sí. Mi corazón latía a cien
por hora, como si me fuera a explotar. Elevó mi cara para que le mirase, pero
con las lágrimas en los ojos lo veía todo medio borroso. Me enjaguó las
lágrimas con mucho cuidado. Retiró de mi cara el flequillo, metiéndolo detrás
de mí oreja. Sus ojos tenían un brillo
extraño, nunca se lo había visto.
Se vía tan dulce en
ese momento que no pude hacer otra cosa más que amarle y desearle más aún si
cabe.
Se acercó despacio a mí. Yo estaba nerviosa y mis manos
comenzaron a temblar. Me apretó más contra él a la vez que se acercaba más y
más. Apoyó su frente en la mía.
Notaba que su respiración se acompasaba con la mía. Se
separó de nuevo y me besó.
Un beso tierno, dulce y lleno de amor y pasión.
Cerré los ojos y todo se volvió negro. El mundo había
desaparecido al igual que todas las dudas que hacía tanto tiempo que me
rondaban. No quería que ese beso se terminase. Me sentía la dueña del mundo en
ese momento.
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