martes, 24 de marzo de 2015

Huevo de dragón

De pequeños nuestras madres nos cuentan muchas historias, La Caperucita roja, Cenicienta, Rapunzel, Los tres cerditos, Blancanieves y los siete enanitos, esas que ya nos conocemos. Mi madre cuando era pequeña me contaba el cuento de Maiwen, una pequeña princesa que luchaba por encontrar un camino en su vida.
Maiwen era la princesa del país de Tukum.
Este país era conocido por ser la cuna de la magia en tiempos muy antiguos. Todos sus habitantes podían realizar magia, más o menos grandiosa, por eso  las casas tenían una sala específica para la magia, con sus runas, sus bolas de cristal, los péndulos, las cartas del tarot, etc.
El castillo donde vivía la princesa era enorme con un montón de salas cerradas en las que no se podía entrar, otras vacías y como no los aposentos de la princesa, su padre y la sala de magia. También tenían un jardín muy grande en el que Maiwen pasaba la mayor parte del tiempo.
Como en ese país todos tenían un don para la magia, el hecho de la que princesa no lo practicara siempre fuera muy sospechoso.
Se decía que la princesa era tan delicada que su don de la magia era escaso y no podía hacer grandes prodigios, otros en cambio, decían que a la princesa le reservaban otro destino los Mayores (personas que gobernaban los destinos de la gente en el cielo).
La princesa se sentía prisionera en su castillo, vivía en una jaula de oro y todo porque no era capaz de hacer magia.
Su padre no quería que saliera al pueblo o que estudiara magia con el fin de que sus poderes brillaran o simplemente para aprender algo.
Maiwen era una preciosa niña de catorce años, con una larga y sedosa melena morena que contrastaban con sus ojos verdes y su pálida piel. Se decía que su padre se había casado con la reina del país del norte, el cual nunca pronunciaban por temor, y que su hija había heredado todos los encantos de su madre, era por eso que fuera tan blanca como el hielo que reinaba en el norte.
Nuestra pequeña princesa siempre había vivido con su padre, no conocía a su madre y cuando este le dijo que se iba a vivir con ella le causó un gran shock. No podía mandarla a un país tan lejano con alguien que solo conocía por rumores.
La madre de Maiwen, la reina Ellery, era igual que su hija. Su don era el hielo, podía transformarlo a su antojo y se decía que ella en realidad había sido engendrada por el dios del hielo.
El reino del norte era muy frío, todo estaba cubierto de hielo mirases a dónde mirases.  Ya era hora de que Maiwen siguiera su propio camino, catorce años prisionera de su padre, no podía hacer nada por ella misma; tal vez con su madre fuera distinto.
Al llegar al castillo de su madre, tan blanco, alto, con esas torres de cristal y con tantas ventanas pensó que era el lugar más hermoso del mundo. Su madre le enseñó cual iba ser su habitación desde ese momento hasta que decidiera marcharse. Una pequeña habitación con una cama y un vestidor. No le gustaban demasiado los lujos a Ellery.
Ellery se ausentaba con frecuencia del castillo y ella dedicaba esos momentos para explorar el castillo. Cada día iba a un sitio nuevo. Un día las cocinas, otro las torres y así hasta que un día decidió ir a las mazmorras. Al llegar y no ver a ningún vigilante, decidió explorar. Al fondo de todo se veía una pequeña luz y se acercó.
Un chico joven, moreno de ojos marrones y alto, estaba tumbado en un rincón de la mazmorra. Este al verla, se incorporó y le dedicó una sutil reverencia.
  • Buenos días, mi señora.
  • Bueno días.
  • Me llamo Dagobert, hijo de Geert, rey del reino del oeste.
  • Si sois un príncipe, ¿por qué estáis encerrado?
  • La reina Ellery me encarceló al intentar recuperar algo que tiene en su posesión.
  • ¿El qué?
  • Un huevo de dragón.
  • ¡Ooh!
  • Nunca he visto un huevo de dragón. ¿No se habían extinguido?
  • Aún quedan algunos huevos repartidos por todo el país. Como comprenderá son cosas de las que no puedes ir hablando a los vientos.
  • Ya, claro. – dijo Maiwen pensativa.- Quiero saber más de los dragones, ¿podríais decirme más cosas?
  • Los huevos de dragón, se mantienen inactivos hasta que llega el compañero adecuado para ellos. Ya casi no quedan por el país porque el líquido que hay dentro del huevo era muy utilizado para pociones para la eterna juventud.
  • Eso explica por qué no quedan huevos, pero yo nunca he visto un dragón. ¿Por qué?
  • Los dragones fueron desapareciendo ya que sus escamas eran muy valiosas para ungüentos y pócimas para la fuerza; incluso también se utilizaban para armas, mezclando escamas con el hierro tenías una espada muy resistente, casi indestructible. La sangre de los dragones era muy codiciada por las mujeres que deseaban la belleza eterna, que muchas veces se mezclaba la sangre del dragón con el líquido del interior del huevo para así obtener belleza y juventud eternas.
Dagobert le estaba dando una clase de magia antigua, no sabía que un simple animal mitológico pudiera tener tantos usos mágicos. Todo lo que le decía explicaba porque nunca había visto un dragón. Según él los describía eran unas criaturas hermosas, poderosas y enormes., parecía mentira que los humanos acabaran con todos ellos.
  • Se dice que la reina Ellery tiene un huevo de dragón guardado en una cámara de hielo.
  • ¿Y pensabais robarlo?
  • No pensaba robarlo, ese huevo pertenece a mi pueblo. Está en hielo para que no crezca y así pueda usar el líquido para poder arrebatar todos los poderes del mundo mágico.
  • No habléis así.
  • Ese dragón tiene que ser liberado.
La muchacha se marcha disgustada, se va a su habitación y se queda pensando en toda la conversación con el chico. ¿Un lugar secreto que esconde un huevo de dragón en una cámara de hielo? Imposible, aunque algo le decía que escuchara a ese chico.
En siguientes conversaciones le explicó que el huevo solo reaccionaria ante el futuro dueño, una persona que fuera leal y de un gran corazón. Una persona que tuviera un gran poder y que con ello cambiaríamos el futuro de las próximas generaciones. Los dragones volverían a los cielos.
Maiwen decidió hacer caso y buscar el lugar secreto donde podría estar esa sala llena de hielo con el huevo en el centro.
El castillo era enorme, con un montón de salas y pasadizos secretos pero corazón la guiaba, la llevó por un pasadizo secreto desde la habitación de su madre hasta una pequeña estancia ovalada.
En la habitación había bolas de cristal, un mapa de todo el país y un péndulo que apuntaba a la región del este. Debía de ser la sala de magia de su madre. Se fijó en toda la estancia a ver si veía algo que le llamara la atención; al no saber que estaba buscando era todo muy difícil y cuando ya pensaba que todo era mentira que no existía esa sala secreta vio una letra gravada en un marco de una ventana, solo una en toda la estancia. Una D. ¿Sería por lo de dragón?
Sus dedos no llegaban a alcanzarla y no había sillas. No podía rendirse ahora que había llegado hasta allí. Recordó hablar una vez a su padre del poder de los deseos, una magia igual de antigua que la de los dragones. Se puso enfrente de la ventana, cerró los ojos y deseó que hubiese una puerta que la llevara al huevo de dragón.
Una estancia blanca azulada se abrió ante sus ojos y en medio, en efecto, estaba el huevo de dragón.
Se acercó con sigilo, temiendo que se desmoronara toda la habitación y allí estaba ese huevo. Alargó sus manos para tocarlo y una luz intensa salió de el y un pequeño dragón blanco azulado se colocó a su lado.
¿Qué debía hacer con él, dárselo al chico? No era suyo. Sería la mejor maestra de dragones.
Deseo poder volar con aquel pequeño dragón que estaba a su lado, pero le parecía tan pequeño y desvalido que le sorprendió que aquella pequeña criatura que acababa de nacer se metiera entre sus piernas y estirara las alas y con un gran impulso salieron despedidos hacia el techo que en vez de romperse con el impacto había parecido como si atravesaran una burbuja dejando el techo intacto.
Maiwen se sentía viva. El viento movía sus cabellos violentamente y le hacía doler la cara pero en el fondo estaba encantada. Su dragón subía y subía. Las vistas eran impresionantes. El reino de su madre era enorme, dominado por enormes montañas cubiertas de hielo pero lo que más le llamaba la atención era que detrás del castillo se encontrase un enorme jardín en el que había muchos árboles, flores y hasta un pequeño huerto. ¿Cómo podía florecer algo en semejante clima invernal?
El dragón seguía subiendo hasta que el país de su madre se había quedado como una colonia de hormigas. Las nubes habían quedado atrás y volaba un por cielo totalmente despejado en el que podía aún sentir el frío.
Tenía que bajar y volver a su habitación antes de que su madre la hechara en falta; tal vez tenía que hablar con aquel chico y contarle lo que había pasado. Lo que no sabía era como bajar…
El dragón haciendo caso a una orden inaudible comenzó a bajar en picado hacia la tierra provocando así que Maiwen se agarrara al cuello del animal.
Una pizca de miedo la recorría, ¿pararían a tiempo? ¿Se haría daño? Aún asombrada bajó del dragón que acababa de aterrizar tan suave que ni lo había notado.
Estaban en aquel jardín extraño que había visto mientras volaba. Se paró en frente de un rosal, las rosas eran de un color amarillo igual al del sol, tocó la rosa, la olió y quedó fascinada por ese olor que nunca había percibido.
Se quedó mirando al dragón, ¿Qué debería hacer con él? ¿Habría algún lugar donde esconderlo? Miró hacia todos los lados y a lo lejos del jardín vio una montaña en la que parecía haber una cueva. Se dirigió a ella para explorarla seguida del dragón. Al explorarla un poco se asombró al notar que era muy  profunda y decidió investigarla. Siguió la cueva hasta que al final de todo encontró una pequeña puerta de madera. La abrió y…
Se encontraba de nuevo en las mazmorras. No entendía para que podría querer su madre aquella cueva conectada a aquel lugar.
Se acercó al Chico de antes.
  • He encontrado el huevo y ahora el dragón es mío. No pienso dártelo.
  • Ni yo podría quitártelo. Nació con tu contacto ese dragón solo te obedecerá a ti por siempre.
  • Pero yo no sé cómo criarlo, ¿Qué debo hacer?
  • Mientras esté aquí encerrado te explicaré todo lo que debes saber sobre los dragones.
Y así comenzó una nueva rutina para Maiwen, cada vez que podía se escapaba de su habitación a las mazmorras y de allí a la cueva donde estaba su dragón para alimentarlo y cuidarlo.
Dagobert y Maiwen pasaban mucho tiempo juntos, hablando de dragones y de los asombrosos progresos que hacía ella con sus dones mágicos.
Desde que había conseguido a su dragón los pocos poderes que tenía se habían visto multiplicados. Ahora dominaba el fuego y la naturaleza.
Casi sin darse cuenta un gran afecto se formó entre los dos chicos que poco a poco se convertía en amor.
Ellery que era tenía una gran intuición, notaba a su hija rara y empezó a espiarla con su bola de cristal. Descubrió que su hija iba a las mazmorras a hablar con aquel chico y al rato se marchaba al jardín trasero que ella mantenía gracias a su magia. Justo cuando creía haber visto suficiente, la bola de cristal brilló y una imagen se reflejó en ella. Maiwen estaba con un dragón.
La rabia se apoderó de Ellery y aun sin poder creérselo fue a la habitación secreta para poder ver su huevo pero no lo encontró en su lugar de hielo. Llena de odio, de ira y rabia se encaminó a la mazmorra donde estaba el chico que había secuestrado.
  • ¿Qué le has contado a mi hija?
  • Lo que necesitaba saber, mi señora.
  • El huevo, ella… ¡Tú la mandaste para frustrar mis planes!
  • Fue ella sola. Yo no he obligado a nadie a nada.
Ellery miró a aquel chico apuesto que le había frustrado los planes de conquistar todo Tukum.
La magia comenzó a acumularse en la punta de su dedo índice y de repente se formó un rayo que atravesó al chico, terminando así con su vida.
Como cada día a esas horas de la tarde Maiwen fue a la mazmorra para verse con Dagobert. Cada vez que se veían sentía su corazón explotar de alegría. Era un gran chico, le enseñaba muchas cosas y gracias a él había mejorado con sus poderes.
Al llegar a su celda le vio tumbado, como dormido. Le llamó y al ver que no respondía abrió la celda y fue a despertarlo. Por mucho que lo moviera y le diera tortazos en la cara no se despertaba.
Maiwen notó que su corazón se rompía y se llenaba de un dolor que nunca había sentido antes. Gritó al aire su dolor sin dejar de abrazar el cuerpo inerte del hombre que le había hecho sentir importante.
Sin darse cuenta estaba al lado de su dragón, los ojos de este reflejaban un profundo dolor como si entendiese el de ella. No sabía cómo había llegado allí de repente y recordó que Dagobert le había hablado de la tele trasportación.
Montó en su dragón y se dispuso a buscar a su madre para hacerle lo mismo que le había hecho al chico que amaba. Esto no iba a quedar así. Tenía que haber sido su madre, en ese castillo no había nadie más que ellas dos.
Con la vista del dragón localizo a su madre en una montaña cercana y al aterrizar su madre quedó aterrorizada ante la expresión de su hija. Los ojos de Maiwen estaban teñidos de una ira que nunca hubiera pensado encontrar. Una energía poderosa emanaba del cuerpo de su hija infundiéndole un temor que nunca en su larga vida había sentido. Por primera vez Ellery se arrepintió de lo que había hecho momentos antes.
Maiwen pronunció unas palabras y del mismo cielo cayó un rayo que atravesó a su madre matándola. Dando así muerte a la persona que le había robado a la persona que había conquistado su corazón.
Pensó que después de obtener su venganza se sentiría mejor pero no fue así, la soledad apareció en el corazón de Maiwen como un tornado que arrasa con todo lo que toca.
Dagobert no iba a volver a la vida por mucho que se hubiera vengado, su madre también estaba muerta y no podía volver con su padre ya que allí no se sentía comprendida.
Maiwen se subió al lomo de su dragón y emprendieron el viaje hacia las montañas del sur, donde habían vivido los dragones, tal vez allí estaría bien con su dragón mejorando sus habilidades hasta el día que estuviera preparada para dar a conocer al mundo sus poderes y por supuesto a su dragón.

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